Que el amor no es una enfermedad es una evidencia por todos aceptada. Pero, ¿qué hay del pulso acelerado, la garganta contraída y esa punción del esternón cuando uno ama?.
Dicen que el amor no entiende de fronteras, ni de mapas, ni de ciudades. Yo no sé si es verdad, porque lo cierto es que en ti, he hallado el centro de mi geografía.
El amor y la distancia son como el agua y el aceite. Sabemos que no terminarán juntos pero removemos, insistimos con fuerza, creyendo que seremos los primeros en culminar victoriosos el experimento.
Amistad y amor son dos términos que a menudo se confunden. No porque los amigos suelan terminar por enamorarse, sino porque cientos de relaciones finalizan con la quimera de seguir siendo amigos.
Yo no busco un amor ardiente, ni impetuoso, ni frenético. No es que menosprecie la pasión, es que aspiro a la perpetuidad que suele albergar el amor sereno y entregado.
Hay lugares dispuestos en el mundo para el amor: los bancos de los parques, los portales vacíos, la frialdad de las escaleras… A veces, sonriendo, me pregunto en qué lugar, en qué banco, portal o escalera me estarás esperando.
El amor tiene los mismos efectos que un terremoto: breves temblores, desconcierto y algún que otro llanto. Cuando pasa, lo único que deja es desorden, destrozo y la incógnita de cuándo volverá a suceder.