Frases de amor

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Frases de amor
Sólo se puede dar la bienvenida al amor despidiéndose de los miedos.
Lo más triste del amor es renunciar a él por temor a volver a equivocarse. El amor es para valientes.
A veces cuando una persona no está presente, el mundo entero parece despoblado.
Procuremos olvidar lo que traído a la memoria nos entristece.
Aunque nos olvidemos de olvidar, seguro que el recuerdo nos olvida.
Hoy estoy buscando la mejor manera de decirte adiós y al mirarte siento que el dolor despierta en mi corazón.
Este adiós no maquilla un hasta luego, este nunca no esconde un ojalá, esta ceniza no juega con fuego, este ciego no mira para atrás.
Quizás te diga un día que dejé de quererte, aunque siga queriéndote más allá de la muerte; y acaso no comprendas en esa despedida, que, aunque el amor nos une, nos separa la vida.
Te digo adiós para toda la vida, aunque toda la vida siga pensando en ti.
Cristales de tu ausencia acribillan mi voz, que se esparce en la noche por el glacial desierto de mi alcoba. Yo quisiera ser ángel y soy loba. Yo quisiera ser luminosamente tuya y soy oscuramente mía.
¿Quieres que conservemos una dulce memoria de este amor?, pues amémonos hoy mucho y mañana ¡digámonos, adiós!
Se despidieron y en el adiós ya estaba la bienvenida.
Lo que más nos aproxima a una persona es esa despedida, cuando acabamos separándonos, porque el sentimiento y el juicio no quieren ya marchar juntos; y aporreamos con violencia el muro que la naturaleza ha alzado entre ella y nosotros.
Las despedidas siempre duelen, aún cuando haga tiempo que se ansíen.
Siempre habíais sido lo más caro a mi corazón, mi posesión y mi obsesión; por eso tuvisteis que morir prematuramente.
¡Cómo lucha mi amor por asirte! Más si es duro tener que alejarte, ¡mis palabras no deben herirte si mis besos no pueden curarte!
Se apoyaron sus brazos sobre la mesa y la rubia cabeza se desplomó pesadamente sobre ellos. Una mirada más de eterna despedida y se cerró la puerta tras de mí. Había empezado a abrirse entre nosotros el inmenso abismo de la separación.
No pocas veces ya he dicho adiós; conozco las horas desgarradoras de la despedida.
Mientras te alejabas, te volviste media luna para decirme adiós. Pero yo ya no observaba tu cuerpo, ni el vaivén de tu mano. Observaba la interrogación del adverbio de tiempo que nos separaría.
El adiós se me clavó en el costado como un aguijón de tristeza. Desde entonces, ya no cuento las horas por minutos, sino por la distancia que nos separa.
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