No hay insomnio más dulce que el del enamorado; ni falta de sueño más ansiada que por una noche de amor; ni desvelo más tierno que observar mientras duerme a quien se ama.
Si el tiempo fuese cíclico y me devolviese, por ejemplo, a mis quince años, no estaría triste ni feliz, tan solo ocioso, pues tendría que esperar otros diez años a que llegara mi mujer.
Mi mujer, aun maniática, aun mandona, aun inquisitiva, aun displicente a ratos, sigue siendo la única persona en el mundo que puede salvarme de los fantasmas del tiempo y la soledad.
No es que el hombre y la mujer hablen distintos idiomas, es que aportan distintos matices a un adverbio: El "ya termino de arreglarme" es un "mañana" y el "cariño, ya lo arreglaré después" es un "nunca".
Las rupturas se asemejan a las velas. Aunque no se consuman, aunque las apaguemos con total consciencia, no podremos evitar durante un tiempo el poso de calor que dejó la llama.
Apenas recuerdo el lugar, ni el tiempo, ni la fuerza libertadora que me llevó a romper el silencio y la distancia que nos separaba. Sólo recuerdo que la primera vez que te vi, empezamos a vivir el resto de nuestra vida.