Sólo cuando el hombre y la mujer, instalados cada uno en su sexo, se proyectan el uno hacia la otra y juntos hacia su doble vocación personal, es posible que se hagan mutuamente transparentes.
La mujer que gusta domar caballos,
despídase de enamorar corazones: toda
acción de fuerza es extraña en ellas, y en
tanto son amables, en cuanto nos parecen débiles.
Ella bebe como una mujer, si lo hace
ella hace el amor como una mujer, si, lo hace
y ella sufre como una mujer
pero de repente es como una niña pequeña.
Las mujeres han servido todos estos siglos como espejos mágicos que poseían el delicioso poder de reflejar la figura masculina al doble de su tamaño natural.