Cuando me abandonaste quise deshacerme de todos nuestros buenos recuerdos, pero pronto caí en la cuenta de que no existen recipientes tan grandes para guardarlos ni llamas tan altas para quemarlos.
Las rupturas son como las picaduras de abeja: al principio duelen a rabiar, luego dejan un molesto escozor y con el tiempo solo queda el recuerdo del lugar donde estuvo clavado el aguijón.
Cuando era joven solía pronunciar "te quieros" sin pensarlo demasiado. Ahora medito tanto estas palabras que a menudo las pronuncio cuando ya es demasiado tarde.